jueves, 19 de julio de 2007

Multiculturalismo, una mala idea

Hay palabras de esas que la gente toma como verdades inmutables, que mencionadas por políticos dan inicio a un fuego que se extiende por la sociedad como si estuviera impregnada con líquido inflamable. Pareciera a veces que la gente necesitara de ellas, aun desconociendo el significado preciso de las mismas y sus consecuencias en el mundo real -cosa muy a tener en cuenta si, como es el caso, hablamos de política. Por eso, en la práctica, no son más que “palabras” y no “conceptos” o “ideas”. En no pocas ocasiones, la inclusión de esas palabras/conceptos en el ajuar ideológico acontece por la necesidad de sentirse mejor, de ser mejor, de tener una conciencia acotada por ideales más humanitarios y, a la vez, porque nos hacen más inteligible un mundo extremadamente cambiante donde las certezas no abundan.

Creo que una de esas palabras es “multiculturalismo”. A decir verdad no conozco con minuciosidad -antes bien de forma bastante laxa- la tradición filosófica que ha articulado las ideas que compondrían ese concepto, quiero decir, no sé qué poso tienen las ideas que lo conforman ni cómo es la estructura general resultante. De todas maneras es de dominio común que el “multiculturalismo” cree firmemente en la llamémosla implantación positiva del “relativismo cultural”, y en lo que sigue sólo intentaré poner de relieve algunos de los aspectos más perniciosos que subyacen bajo esta idea así como contradicciones inherentes a una aplicación más o menos estricta del mismo.

Antes de nada una aclaración. Hasta cierto punto creo en el relativismo cultural, pero en mi pensamiento los límites son fáciles de encontrar; como el relativista cultural al uso considero que las culturas son productos que los grupos humanos crean para enfrentarse a un entorno más o menos preciso, y en tanto éste difiere de un grupo a otro, existen culturas diferentes. Sin entrar en profundidades ni en inextricables definiciones se aprecia que entiendo la cultura como un instrumento de adaptación al medio (físico, de entorno cultural, etc, etc, etc). Difiero absolutamente del relativista cultural al uso en que las culturas sean conjuntos indivisibles, por lo que han de aceptarse (o, quizá, rechazarse) completamente, sin distinciones entre unos aspectos y otros, entre unas ideas y otras. En ese sentido, estoy persuadido de que todas las ideas no son igualmente legítimas (entendiéndolas como positivas, buenas). Coincido en la explicación que se da a la existencia de diferentes culturas pero no en cómo debe tratarse a éstas.

El multiculturalismo, al tomar las culturas como conjuntos indivisibles y asumir esa moral relativista que parece engrandecer nuestros corazones afirma, entonces, que todas las culturas son manifestaciones legítimas que buscan la subsistencia y prosperidad del grupo en unas circunstancias determinadas y, en adhesión a un ideal humanitario, considera que cada una ha de ser aceptada como tal pues de lo contrario se producirían choques que en nada favorecen la convivencia. En sentido estricto este desarrollo ha de poder ser completo dentro del grupo cultural en cuestión, esto es, una cultura ha de poder llevar las ideas o “protocolos” que la componen hasta el límite dentro del grupo de personas que se hallan en su seno: las ideas occidentales han de tener pleno desarrollo dentro del “grupo cultural (conjunto de personas de cultura) Occidental”, las musulmanas dentro del “grupo cultural musulmán”, etc. No se hace referencia en ningún caso a la comunidad sino sólo al “grupo cultural”, la comunidad y sus normas de convivencia preexistentes -delimitadas por las leyes vigentes, explícitas o implícitas- no se considera. El ideal humanitario es, a la vez que su fuente de poder (favorece su expansión) su mayor debilidad (el “multiculturalismo” trata de regular la vida en comunidad limitando, acaso eliminando, los conflictos entre grupos culturales, y esto no lo consigue).

Dejando de lado la dificultad de determinar qué cosa es cultura y en consecuencia el indiscernible problema que supondría determinar qué es estar dentro de o quiénes están dentro de una cultura (y fuera de otra), lo cierto es que esta creencia comporta contradicciones insuperables.

El problema seminal de la idea multicultural es que, habiendo sido una idea concebida dentro de una cultura tolerante, tolera todas las culturas, sin detenerse a analizar el problema de que no todas tienen por qué ser a su vez tolerantes y, de hecho, no lo son (cuando menos a día de hoy, sr. progre) en tanto persisten en ellas ideas y comportamientos intransigentes muy marcados. En realidad no aspira a limitar o eliminar el conflicto sino a soslayarlo y, en la práctica, es obvio de parte de quienes exigiría mayor comprensión; en esto sí es realista: exige comprensión y aceptación de aquellos que son capaces de proporcionarla. El multiculturalismo no aspira a eliminar la intolerancia de todos sino que pretende que todo –o casi- sea tolerado por algunos. Es más que evidente que quienes defienden la idea multicultural –aparte de no considerar sus consecuencias- no pretenden en la práctica un respeto mutuo universal sino un respeto universalista occidental.

Es irrelevante que todas las culturas sean legítimas, esa afirmación viene a dar respuesta a una pregunta errónea. [*]. Lo que importa realmente es que no todas las ideas son aceptables: en esencia los diferentes tipos de intolerancia o intransigencia no lo son, y no debe darse pábulo a su extensión y mucho menos a su aceptación por la generalidad. Es bueno, y a día de hoy necesario, que Occidente sea capaz de aceptar todas las culturas, pero no todas las ideas. Es inconsecuente si lo que nos orienta es la tolerancia por la convivencia ensayar un modelo de sociedad en que diferentes ideas intransigentes y prácticas anti-cívicas sean aceptadas. Siempre ha de existir una discriminación que establezca sus límites en base a unos ideales concretos y claros, no en obediencia a denominaciones, que es lo que de hecho se pretende.

La discriminación no es que “deba existir” sino que es imposible que no exista, de lo contrario un grupo concreto podría considerar que quien sostiene unas particulares ideas debe ser asesinado y asesinarlo efectivamente, aduciendo a continuación que su cultura exige tales prácticas. Pero, como digo, es que la discriminación existe en todo caso, se quiera o no. El problema radica en establecer los límites o parámetros discriminadores de lo tolerable; en lo que estamos tratando idealmente sería tarea fácil: 1) eliminar toda práctica intolerante y 2) eliminar toda práctica que dañe a otros colectivos [**]. La discriminación actual acepta uno pero no lo tiene de veras en cuenta y eso le hace ser errático e inconsecuente en dos, que ya es de por sí un problema complicado.

El multiculturalismo, sacado de la chistera posmodernista, no tiene en cuenta en nada los tiempos que corren, los hechos, la experiencia. Bien es cierto que –sobre todo actualmente- es necesario ser tolerante, pero la tolerancia no puede ser asumida por la sociedad si trata de mantenerse toda tradición por el simple hecho de serlo. Que hay tradiciones intolerantes e intolerables se sabe desde la noche de los tiempos. El multiculturalismo, de tan transigente, pretende que la noche de los tiempos tenga cabida en la sociedad del futuro y eso no se puede hacer: por mucho que lo vendan como modelo de tolerancia y modernidad su contenido produce unos efectos totalmente contrarios a los que busca. Es sorprendente ver cómo quienes dicen estar guiados por ideales de progreso defienden ahora la conservación de todo tipo de tradiciones; esta equivocada idea nos remite al brutal colapso que se está produciendo en la izquierda: la defensa de las llamadas “identidades” que termina siendo la defensa de las “denominaciones” (porque no todas se defienden, los parámetros discriminadores aguantan unas pocas, las denominadas como aceptables en un momento dado), y la sustitución del ideal de “igualdad” por el de “solidaridad”. Esto último, que es consecuencia lógica de lo anterior, la izquierda no puede soportarlo, es algo que nunca podrá ser armonizado, articulado con el resto de ideas “de izquierdas” con coherencia suficiente, y acabará con ella más tarde o más temprano –aunque el debate izquierda/derecha esté más que caduco, se entiende.

Es un error porque no se puede hacer Pero además es incompatible con ideas de progreso porque mientras éste sobreviene a la sustanciación en la práctica de unos ideales y su asunción por la colectividad quienes defienden el multiculturalismo quieren conservar todas las costumbres e ideas… pero a la vez quieren que unos grupos ayuden a otros, que sean “solidarios” entre sí. Esto no tiene nada que ver con la izquierda o, de veras, no debería tener nada que ver. La diferencia es que con la “igualdad” se asume la necesidad de establecer unas “condiciones objetivas” en que desarrollar los distintos proyectos vitales mientras que la “solidaridad” es el resultado de eludir el establecimiento de cualquier “condición objetiva” tratando de arreglarlo todo con un simple imperativo moral que nada tiene que ver con el mundo de los humanos. Es claro, con ustedes, el posmodernismo. El imperativo moral es el último recurso al que puede acudirse una vez que se quiere dejar todo como está, a todos como están, pero manteniendo la pretensión de mejorar todas las cosas; en definitiva estaríamos ante lo siguiente: que cada grupo haga lo que quiera, pero llévense bien y ayúdense unos a otros. Esto sirve para comprender desde otro punto de vista que sea desde Occidente de donde se exija tolerancia por cuanto él es -en principio- el único capaz de hacer que todos se respeten entre sí, es decir, de imponer el orden. Como se ve, Occidente es el único capaz de ser multicultural así como de hacer que los demás lo parezcan, vayan para él todas las exigencias del multiculturalista.

Al final de todo el multiculturalismo plantearía una disyuntiva muy sencilla en la que hemos de decidirnos por…

1) Renunciar a nuestras ideas sobre el progreso humano.

2) Conservar todo de todas las culturas (incluido aquello que impide el desarrollo de las ideas de progreso de la humanidad).

Por mi parte no estoy dispuesto a renunciar a mis ideales. Por muchas razones, pero entre otras ocurre que estoy persuadido de que éstos harían mejor la vida de aquellos que no los comparten. Esto no quiere decir que haya que imponer por principio ese conjunto de ideales que permiten la libertad y la igualdad (cuando menos legal) por la fuerza de las armas, perfectamente puedo dejarles en paz [***] pero esa no renuncia implica la defensa de las condiciones objetivas que permiten el desarrollo de mis ideas, es decir, [… defensa] allá donde ya las hay y puedo hacer por mantenerlas. De la misma forma tampoco hay contradicción en hacer un pacífico proselitismo con esos ideales así como de imponerse a los intransigentes allí donde éstos quieran implantar sus ideas a otros. Mi programa no es el de imponer la democracia tal y como -estúpidamente- pretenden los neoconservadores, pero creo necesario mantener los fundamentos que la permiten allí donde esta ya existe e impedir que determinadas ideas, germenes de intransigencia, rijan sociedades donde todavía no lo hacen.

Cualquiera que lea esto pensará de inmediato en el islamismo, en los islamistas, y no irá desencaminado porque esa puede ser mi inspiración, porque todos (incluso aquellos que jamás han tenido los pies en el suelo) tendemos a analizar los argumentos en relación a los datos disponibles, a la realidad. Pero la crítica al “multiculturalismo” es mucho más general; ésta pudiera dar entrada a muchos comportamientos intolerantes e intolerables, no sólo los islamistas. Como dije antes, el “multiculturalismo” no aguanta los hechos, pero siquiera la –pura- teoría, algo mucho más fácil. El “multiculturalismo” da pie a hacerse grandes cuestionamientos sobre temas relacionados con la identidad; con lo permisible para la conservación de determinadas identidades o aspectos insertos en ellas, en fin, la conservación de determinadas identidades tal y como hoy se conciben.

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[*] No entraremos a considerar si una cultura es un todo coherente que no aguanta sin desaparecer, edulcorarase o quedar desnaturalizado la eliminación de alguna de sus partes: ese debate solo puede ser producto de un exceso intelectual.

[**] No trato cosas como el asesinato o el fraude porque el debate no existe sino en razones que tengan que ver con esto.

[***] Porque lo que no se puede pedir, no se puede exigir (Tocqueville).